domingo, 5 de enero de 2014

El Espíritu como maestro (1 Jn 2,18-27).



Ante la defección de algunos carismáticos su cedida en la comunidad, el autor de la primera carta de Juan, al que, por mor de la brevedad llamaremos simplemente Juan, procura animar a los que podían vacilar en sus convicciones por causa del abandono de miembros muy dotados por el Espíritu. Para afianzarlos, sin embargo, Juan no apela a criterios externos, sino a un criterio interno; en sus propias palabras: «la unción que han recibido del Consagrado» (2,20). El Santo o Consagrado es, sin duda alguna, Jesús, consagrado por el Espíritu como Mesías. La unción que han recibido (khrisma, relacionado con Khristos) es el Espíritu mismo. El Espíritu da un conocimiento que permite discernir lo que es verdad en medio de una situación confusa (<<os confirió una unción y todos tenéis ya conocimiento»). 

No pretende Juan enseñarles la verdad, sino confirmar el conocimiento que ya tienen (2,21: «Si os escribo no es porque no conozcáis la verdad, sino porque la conoceréis y sabéis que de la verdad no salen mentiras»). Para ello, apela Juan a lo que han oído desde el principio y en lo que deben perseverar (2,24). Quiere indicar con esto que la experiencia del Espíritu de que gozan se basó en la escucha y aceptación de un mensaje, el de Jesús Hijo de Dios; es este mensaje el que ponen en duda los disidentes, quienes niegan que Jesús hombre y muerto en cruz sea «el Hijo». De hecho, a ellos alude en 5,6: «Es éste el que pasó a través de agua (el bautismo, con la bajada del Espíritu) y sangre (la muerte en cruz), Jesús Mesías. No [se sumergió/bautizó] solamente en el agua, sino en el agua y la sangre (el bautismo y la cruz, inseparables); y es el Espíritu el que está dando testimonio (mensajes proféticos), porque el Espíritu es la verdad». Juan les recuerda este mensaje, fundamento de la experiencia. Si permanecen en la adhesión a Jesús Hijo de Dios, podrán ver claro en la situación que se ha creado: la experiencia del Espíritu, personal y comunitaria, que les confirmará siempre ese mensaje, es el único maestro que necesitan: «la unción con que él os ungió sigue con vosotros, y no necesitáis otros maestros. No, como esa unción suya, que es realidad, no ilusión (o bien: que es auténtica [alêtbes], no falsa [pseudo]), os va enseñando en cada circunstancia aquello mismo que él os había enseñado, seguís con él» (2,27). 

Como se ve, la enseñanza del Espíritu, presencia de Jesús en la comunidad y en sus miembros, es la misma enseñanza de Jesús y permite a los cristianos orientarse en una circunstancia difícil. La unción o Espíritu puede actuar interiormente en cada miembro, pero Juan habla siempre en plural: se refiere también, sin duda, a la profecía dentro de la comunidad. 

Con todo, la obra del Espíritu necesita como base el mensaje de Jesús. La enseñanza actual del Espíritu es inseparable de la enseñanza histórica de Jesús. Es precisamente por haber olvidado o rechazado ese mensaje por lo que los disidentes se han separado de la comunidad; han independizado al Espíritu del mensaje, al Hijo de Dios glorioso del Jesús de la historia (cf. 2 Jn 9: «Quien va demasiado lejos y no se mantiene en la enseñanza del Mesías, no tiene a Dios; quien permanece en esa enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo»).

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